«El diablo vino a mí. Género, drogas y rock ‘n’ roll» (Saigón Editorial) es uno de los libros más fascinantes publicados en estos últimos meses. Está escrito por Monty Peiró, una cantante muy versátil de hard-rock, que aparte de haberse pateado los escenarios durante más de dos décadas rockeando como pocos, es una antropóloga que ha querido en este su primer ensayo, dar explicación con rigurosidad y grandes dosis de ironía, a todos los males que han aquejado al mundo del rock (eminentemente machuno) en su relación con las mujeres.
En el mundo literario del rock, en el que abundan las biografías orales y las vaguedades, este es sin duda un trabajo que merece seguir siendo dado a conocer.
Foto @ VikPamNox
Enhorabuena por el libro Monty, un gustazo leerte. De manera muy ligera y divertida, pero muy incisiva, disparas contra toda la cosmogonía del rock ‘n’ roll (lo llamas el canon), y desgranas una a una todas las grandes cuestiones sobre las que hemos construido un espacio casi exclusivo de varones, relatando prácticamente todas las discriminaciones, que no solo has sufrido en tu persona, sino que han sido constantes a todas las mujeres. ¿Satisfecha? ¿Has conseguido el objetivo que te propusiste?
Muy satisfecha. Mi objetivo era unir mi faceta como antropóloga con la de música, atravesadas ambas por mi condición de mujer feminista. El libro en cierta manera me lo escribí a mí misma, para responder a todas las preguntas que me habían surgido (y me siguen surgiendo) a lo largo de mi carrera musical utilizando para ello mis herramientas como investigadora. Me divertí mucho haciéndolo, aprendí un montón y sentí que estas dos partes de mí que siempre me habían resultado muy diferentes, de repente cobraban sentido juntas. Además, un montón de mujeres músicas me han dicho que el libro les ha ayudado y les ha acompañado, así que eso me hace sentir muy, muy feliz y muy satisfecha.
Los numerosos casos que pones como ejemplo son tan demoledores, que poco espacio dejan al debate o a las dudas. Que lo segmentes en una primera parte sobre cómo se ha relacionado la mujer en el rock con el sexo, las drogas, tocando un instrumento o en los espacios no seguros (carretera, escenario, camerino) da además una visión global. Son las grandes cuestiones que habéis tenido que afrontar cada mujer que os habéis asomado al rock, ¿tenías claro el enfoque? ¿ha evolucionado tu planteamiento ahora que lleva el libro un tiempo en la calle?
El enfoque ha ido variando durante el proceso y, en cierto modo, eso es lo más excitante de la investigación. Algunas cuestiones que me parecían cruciales acabaron quedando fuera y otras que no tenía en mente se me cruzaron a través de textos o conversaciones y acabaron siendo centrales. Lo que tenía claro es que tenía que estar abierta a que esto sucediera, a dejarme llevar y a estar abierta. Y también que quería ser rigurosa y que lo que dijera tuviera cierto sostén académico, pero sin obsesionarme con ello ni escribir un libro meramente académico. Quería encontrar el punto entre la investigación, la vivencia personal, la anécdota y el humor.
Yo creo que más que resignificar, podemos y debemos aspirar a estar como queramos en el rock and roll sin tener que sentirnos examinadas ni invitadas. Ocupar nuestro espacio y sentirlo como propio.
De hecho, que hayas desgranado un estudio antropológico hace más interesante el libro. Las anécdotas no vienen sino a consolidar una perfecta narración de lo que ha supuesto para una mujer entrar en una banda de rock. ¿Era necesario un relato así sobre el rock? ¿Este se puede resignificar o es tan machista que es mejor cerrar la puerta y pasar a otra cosa?
Yo creo que más que resignificar, podemos y debemos aspirar a estar como queramos en el rock and roll sin tener que sentirnos examinadas ni invitadas. Ocupar nuestro espacio y sentirlo como propio. Eso es lo que me gustaría. Para mí sí era necesario, aunque no voy a decir que mi libro sea el primero, ni que mi aporte sea muy importante, pero es vital que las mujeres del rock examinemos nuestra historia con perspectiva de género para entender por qué nos sentimos como nos sentimos y hacer algo con todo eso porque, simplemente, no es justo que estemos siendo invisibilizadas, discriminadas y deslegitimadas de ninguna expresión artística, y menos aún en el caso del Rock, al que hemos aportado mucho.
Disparas rápido la que creo que es la principal tesis del libro. El problema de la mujer en el rock no versa sobre la asunción de la sexualidad porque siempre ha estado implícita (estética, desnudos, lascivia, sexo) y esta ha sido aceptada y demandada en según qué casos (coristas, fans, trofeos). La clave radica y te cito: “hacia quién se dirige su actitud sexual y con qué fin”, entre ser objeto o un sujeto en el rock. Tras una dilatada carrera en los márgenes de rock, ¿cómo llegas a esta conclusión tan contundente y la desarrollas? Se nota que partes de una evolución adquirida con la experiencia y el aprendizaje académico.
Esta conclusión, de partida, era una sensación abstracta que yo sentí desde prácticamente mis inicios en la música. Corporeizar el rock siendo mujer no se sentía para nada algo libre ni sexualmente liberado. Mis ídolos eran hombres que cantaban sin camiseta al sexo y a la diversión, pero cuando nosotras intentábamos replicar esos códigos, la respuesta era muy distinta, moralista, conservadora, represora y misógina. Del mismo modo, conozco a muchas chicas que han participado posando en portadas de discos o bailando en vídeos de grupos y jamás nadie las acusaba de las cosas que nos acusaban a nosotras, por lo tanto, el problema no era la sexualidad femenina, sino desde dónde se mostraba esta y cómo se insertaba en la narrativa rockera. ¿Posar sexy en una portada de un grupo o bailar en un videoclip? Perfecto. ¿Utilizar tu sexualidad en tus canciones o en tu performance escénica? Mujer que se aprovecha de su físico y que todo lo que consigue es por esto. Lo tenemos tan naturalizado que a veces nos cuesta ver esta obviedad.
Mis ídolos eran hombres que cantaban sin camiseta al sexo y a la diversión, pero cuando nosotras intentábamos replicar esos códigos, la respuesta era muy distinta, moralista, conservadora, represora y misógina.
Foto @ Marcos Bañó
Creo que, a codazos, porque no ha sido fácil ni agradable, hemos logrado ocupar espacios que nos pertenecen y poner las reflexiones feministas encima de la mesa, a pesar de lo incómodas que puedan resultar. Las bandas más jóvenes cuentan con una educación mucho más feminista, con referentes y con acceso a muchísima más información y música fuera del mainstream. El cambio es imparable, estoy segura.
“No nacimos feministas, llegamos a serlo”, señalas. ¿En qué momento pasamos de tener normalizadas ciertas conductas (somos hijos sanos del heteropatriarcado) a por lo menos aprender a detectarlas? Protagonistas del libro como Carmen Boza o Vera Carrión de Mafalda… dejan claro que es solo con el tiempo cuando se adquieren herramientas para contrarrestar esa discriminación constante. ¿Este es un aprendizaje que nos llevará toda la vida?
Sí, reaprender a mirar el mundo sin el corsé del patriarcado es una tarea de toda una vida. Es más, ni siquiera sé si es posible hacerlo por completo, pero sí sé que una vez empiezas a darte cuenta de hasta qué punto todo está organizado en torno a la construcción social del sexo, es imposible dejar de verlo. En ello estamos.
El relato de Vera es especialmente amargo por ser Mafalda una banda feminista, pero refleja a la perfección cómo opera el síndrome de la impostora en todos los ámbitos. ¿Tenemos redención posible, con qué herramientas cuentan las bandas más jóvenes?
Claro que hay redención. Yo necesito ser optimista y, además, creo que es evidente que las cosas están cambiando. Veo un mundo distinto para las mujeres en la música al que veía cuando empecé hace 25 años. ¿Está todo hecho? No. ¿Es perfecto lo que tenemos? Tampoco. Pero creo que, a codazos, porque no ha sido fácil ni agradable, hemos logrado ocupar espacios que nos pertenecen y poner las reflexiones feministas encima de la mesa, a pesar de lo incómodas que puedan resultar. Las bandas más jóvenes cuentan con una educación mucho más feminista, con referentes y con acceso a muchísima más información y música fuera del mainstream. El cambio es imparable, estoy segura.
Frente a la cosificación y el dilema del empoderamiento, que hace que las grandes artistas del pop mainstream estén encasilladas en una sexualización deseable para el público masculino, reconoces difícil encontrar el equilibrio. Aunque señalas que algunas como Miley Cirus son ejemplo de sexualidad activa sobre el escenario no complaciente con la mirada masculina, o planteas la resignificación del insulto “puta” que hacen desde puntos de vista diferentes La Zowi o Zahara ¿no crees que la industria está funcionado como una terrible apisonadora a base de algoritmos (incluso mucho más que en otras épocas), que deja poco espacio para el debate e independencia a las propias artistas que no parten de un mundo contracultural o politizado y que asumen como más sencilla esa cosificación para llegar a más seguidores?
Creo que la industria es una trituradora para todas, claro. Si el canon es el de chica sexualizada, lógicamente muchas elegirán ese código, pero no me preocupa tanto que las mujeres se sexualicen si al menos lo escogen. Los hombres se han sexualizado en la industria de la música desde siempre y nunca nos ha supuesto un problema. Lo que creo que es que es interesante que las mujeres lo hagan desde su propia mirada, y no desde la mirada masculina que es la que se impone en el mainstream. Tampoco creo que sexualizarse sea necesariamente cosificarse. Las personas somos sexuales y hablar de ello o tener una performance escénica sexualizada (como la ha tenido Elvis, Iggy Pop, Jim Morrison o Axl Rose) no tiene por qué ser cosificador. A las mujeres se nos ha cosificado y también se nos ha sexualizado como productos para el consumo masculino. Ahora hay muchas mujeres que se sexualizan para complacer su propia mirada. Es distinto.
En el mundo de las drogas, ya no solo es constatable que ha sido un nicho donde han medrado agresiones con sumisión química entre otras, sino que a las artistas les ha perjudicado en su trayectoria y credibilidad, y citas a Amy Winehouse o a Courtney Love. ¿Es quizás el capítulo en el que más reparos pones sobre si repetir estereotipos masculinos canallitas ayuda en algo a la igualdad?
No quería caer en una romantización del consumo de drogas, ni asociarlo a esa narrativa del rock de que las drogas te hacen libre, etc, pero las drogas forman parte del relato rockero y era un tema importante que no podía quedar fuera. Personalmente no creo que las mujeres tengamos que emular a los hombres en todo para aspirar a la igualdad y en el caso de las drogas menos aún, pero desde luego, las drogas están presentes en el mundo musical y su consumo no ha afectado por igual a las carreras de hombres y mujeres ni las mujeres tienen la misma libertad que los hombres para alardear, romantizar o sencillamente hablar, del consumo de drogas.
Me voy a tatuar una frase tuya: “ojalá tuviera la autoestima de un señor mediocre”. Sí conocía el síndrome de la impostora, que os ha echado de muchos espacios comunes por creer que no estabais a la altura, no era en cambio tan consciente de la carga que supone para una instrumentista tener que representar a todas las mujeres solo por el hecho de serlo. Esta carga entronca muy bien con lo más hiriente que sufrís de colegas músicos u otros miembros de la industria, con expresiones perniciosas que oscilan entre el “no pareces una chica tocando”, “eres auténtica y no te has comprado esa camiseta en una gran superficie” o el “eres tan buena que estás por encima de las demás, eres única y ahora sí te has ganado un lugar en el Olimpo del rock”, la validación en definitiva por parte de los compañeros masculinos. Si en el caso de los hombres es dificilísimo labrarse una carrera, para las mujeres esta presión lo hace casi un milagro.
Es bastante agotador, principalmente porque todo el rato queda claro que eres la otredad, la alteridad, la excepción y no la norma. Es muy difícil sentir que los espacios te pertenecen y fluir con comodidad en ellos cuando todo el rato te llega ese mensaje. Y además es falso.
La parte final la completas con un reconocimiento a Sister Rosetta Tharpe, Amparo Llanos y el movimiento punk Riot Grrrl. Tres capítulos que giran en torno a recuperar esa Historia del Rock que os han robado a todas y también nos han robado a nosotros, incluir en el totemismo del rock (lo sagrado) a nuestras grandes artistas, y romper con el mito del matriarcado como sociedad ideal del que no hay constancia real, reivindicando no la figura mística de la mujer, sino la real que no carga con el peso de su historia. ¿Por qué un enfoque en esta parte final diferente?
En esta segunda parte quería, por una parte, reivindicar la historia de las mujeres en la música, porque no es nueva ni excepcional, y por otra, intentar desentrañar los mecanismos por los que, pese a haber estado ahí, no se nos recuerda o no se nos valora igual. También quería hablar de resistencias y de cómo, pese a todo, siempre hemos estado ahí.
Si en algo se echa en falta en el libro son más voces reconocibles por el gran público, algo que sí hubo en la presentación en Traficantes de Sueños – Madrid, en el que contaste con Amparo Llanos de Dover. ¿Cómo planteaste las entrevistas? En algunos casos como el de Skin o Joan Jett tomaste declaraciones a medios internacionales… ¿No pensaste hacer algo parecido con otras artistas españolas o con MIM, la asociación de Mujeres en la Industria de la Música?
La verdad es que las voces que decidí utilizar fueron, por una parte, de mujeres muy famosas a cuyas voces accedí a través de entrevistas, y por otra, la de mujeres de la escena local o nacional, compañeras mías que, aunque no sean grandes estrellas, tienen una experiencia que me resultaba etnográficamente muy interesante. Me interesaba conocer las opiniones y vivencias de mujeres de todo el espectro de la fama o el éxito, pero creo que al final, la mayoría de mujeres que forman parte del mundo de la música, lo hacen desde el underground, por lo tanto, su vivencia es la más realista. Afortunadamente, después de toda una vida en la música, tenía en mi agenda a mujeres de todos los estilos, instrumentos, épocas y edades con las que hablar.
Foto @ Marcos Bañó
En el Estado español, el rock ha tenido un gran componente contestatario y progresista… y temas como la insumisión, la okupación, los derechos sociales, la censura o las reivindicaciones políticas como el 15-M han tenido una gran cabida… ¿por qué en cambio hay todavía tanta carcunda reaccionaria machista que se opone al discurso feminista que indudablemente ha marcado agenda? Porque nadie obliga a levantar bandera ni hacer seguidismo, pero tampoco a ser un gilipollas y negar lo obvio. ¿Son barreras que ponemos los hombres a quienes consideramos rivales para que no ocupen un espacio que por derecho consideramos nuestro? Peleando además por nuestro posible trocito de pastel que por otra parte nunca va a llegar al 99,99% de los varones.
Creo que en el rock, al menos en mi experiencia, falta mucha autocrítica por parte de los hombres – y también de muchas mujeres- y también una resistencia a perder ciertos privilegios. Si bien una parte del rock ha estado politizado, lo cierto es que lo ha estado en torno a los mismos temas y con, en mi opinión, una falta de revisión sobre los mismos. Creo que es imposible entender ahora mismo los movimientos sociales sin incluir el feminismo. No puedes considerarte un grupo politizado sin plantearte esta lucha que atañe al 50% de la población. Sin embargo, más allá de canciones contra el maltrato físico llenas de clichés y completamente vacías de autocrítica, en el rock nacional no se ha hecho absolutamente nada. No hace falta tampoco tener un gran discurso, con que algunos grupos se plantearan por qué jamás han tocado con una mujer ya podríamos empezar a notar algunos cambios. Pero poner el 8M una publicación en Instagram donde pone “te quiero libre” mientras sigues tocando con todo tíos, compartiendo carteles en festivales con todo tíos y no te cuestionas que no es normal, pues no, no es suficiente.
No puedes considerarte un grupo politizado sin plantearte esta lucha que atañe al 50% de la población. Sin embargo, más allá de canciones contra el maltrato físico llenas de clichés y completamente vacías de autocrítica, en el rock nacional no se ha hecho absolutamente nada.
A lo largo del libro, tus conclusiones oscilan entre un “I don´t give a fuck”, que es un sonoro “me importa una mierda”, y un feminismo militante, que no es otra cosa que la lucha colectiva para mejorar las condiciones culturales y materiales del resto de mujeres, en la música concretamente, y citas los ejemplos de las artistas de las orquestas y verbenas (sufridoras en silencio del machismo y apéndice final del libro), o el de Amparo Llanos, criticada en su día a raíz de un artículo titulado “Se criticaba más a Dover por ser mujeres”, y a la que apoyasteis desde el Sindicato de Músicos de València en medio de un agrio debate. ¿Hay riesgo de dar pasos atrás en este sentido ahora que se ha visibilizado más ese machismo que va del antifeminismo radical a un Not All Men que corre el riesgo de ser cómplice?
Siempre hay riesgo de dar pasos atrás, no podemos dar nada por supuesto, pero creo que el feminismo ahora mismo, en el ámbito musical, empieza a estar bien engrasado y es una máquina muy potente. Por supuesto hay discursos reaccionarios y señores que creen que es exagerado pedir que se incluyan más mujeres en los carteles (qué locura ¿no?) o que el feminismo ha ido demasiado lejos porque ahora se les critica si pretenden ligar con sus fans más jóvenes, pero como te decía, el cambio es imparable. El machismo es insostenible.
Si bien en el rock en España ha habido siempre grandes artistas (Luz Casal, Azucena de Santa, Aurora Beltrán, Dover), hay un gran cambio de paradigma que entronca con la Cuarta Ola de Feminismo, sobre todo tras el 8-M de 2018. Primero con la explosiva entrada de solistas indies al panorama hacia 2008 (Russian Red, Anni B. Sweet, Tulsa, Maika Makovski, Zahara… todas con Christina Rosenvinge como matriarca) y luego con una aparición brutal de bandas poco antes de la pandemia y que llega hasta nuestros días (Hinds, Las Odio, Bala, Bones of Minerva, Shego, Ginebras…). Tienen a nivel colectivo un discurso que no habíamos visto anteriormente, y aunque el rock sigue sin ser feminista ni está feminizado, desde luego es el contenido político que más está dinamizando el rock en la actualidad. ¿Qué futuro auguras al rock y al movimiento feminista dentro de este?
La verdad es que no tengo ni idea del futuro del rock. A veces creo que ya no interesa a los más jóvenes, pero luego veo el éxito de bandas como Maneskin o Ghost y me quedo más tranquila. Lo que tengo claro es que su futuro depende de, entre otros factores, cómo de capaz sea de incorporar las demandas feministas. Sin mujeres, no habrá futuro, eso lo tengo claro.
Rubén González
Periodista
La Voz en Pie es el nuevo proyecto de este periodista musical tras Club de Música, Godot, Diábolo o El Embrujo. En 2024 publica su primer libro «Piedra contra Tijera», sobre la historia del rock en España (1991-2021).